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SABER ELEGIR

La capacidad de elección es el resultado de la experiencia, del saber pensar y saber hacer. No es una cuestión meramente intelectual.

La falta de experiencias vitales sólidas, bien asumidas y asimiladas, hace muy difícil poder elegir. Siempre queda un rastro de inseguridad, de duda, de no haberse decantado por lo que realmente correspondía.

 

Las elecciones que nos pertenecen
Una gran cantidad de actitudes en la vida ya vienen pre-elegidas. De ello se encargan los valores sociales imperantes, las normativas morales, las modas, las conveniencias, el prestigio, la aceptación por parte de los demás o, al revés, el miedo al rechazo de los grupos constituidos.

Así, pues, en lugar de elegir, hay que aprender qué es lo que hacen y dicen los demás, tratando de adaptarse a ese estilo aceptado por las mayorías.

¿Qué es elegir?
Es una función de la inteligencia y no de la razón.
La razón es un instrumento del que dispone nuestra mente y la usa según se le ha enseñado a hacerlo. De modo que no siempre somos nosotros mismos los que razonamos sino el conjunto de imposiciones y conveniencias que citábamos antes.

La inteligencia es discernimiento; es conocer bien unas y otras opciones y poder escoger la más aceptable según la propia experiencia y el propio criterio. Es tener clara conciencia de la decisión, es responsabilidad personal ante el resultado.
Por cada éxito o fracaso hay una nueva experiencia siempre positiva que me permite acrecentar los aciertos y reducir los errores. No sirve de nada echar la culpa a los demás, a las circunstancias, al destino o al mismísimo Dios cuando no nos atrevemos a ejercer nuestra voluntad y a rectificar con entereza cuando nos hemos equivocado.
Las equivocaciones se pueden corregir en la mayoría de los casos; la invalidez de la mente y la voluntad suelen ser irreversibles.

¿Qué hacer cuándo no hay nada que elegir?
Individual y colectivamente, cada cual en su sitio, cada pueblo en su país, se ve coartado por una doble imposibilidad de elegir: la una por falta de discernimiento y la otra por falta de opciones válidas.
Hoy no se trata de decidirse entre lo mejor y lo peor, ni siquiera entre lo malo y lo menos malo, sino que debemos escoger lo que hay, aunque no se ajuste a nuestras necesidades, sueños o ideas.

¿Qué hacer entonces?
Como siempre, elegir, aprender a usar la inteligencia y discernir, poner cada cosa en su sitio y escoger con buen criterio.
Reconocer que tenemos pocas opciones, no porque no haya otras, sino porque de alguna manera, la fuerza ha reducido las oportunidades. ¿Quién ejerce esa fuerza? Esa es otra cuestión que no trataremos ahora. Lo que importa, de momento, es saber que tenemos pocas salidas y el laberinto tiende a atraparnos. Saberlo es una buena manera de empezar a pensar en la forma de salir, de elegir escapatorias, soluciones.

Que la carencia de posibilidades no sea una venda más para los ojos ni una nueva trampa para la inteligencia y la voluntad.
Cada ser humano es una posibilidad, una nueva vía. Y cada pueblo crece en la medida en que sus hombres son sabios, firmes en sus ideas y decididos en sus acciones.

La más difícil de las elecciones es, aunque no lo parezca, decidirse a crear nuevos cauces para volver a elegir, a experimentar, a vivir.





¿Por qué no sabemos expresar lo que sentimos y pensamos? 

Hoy podemos saber en pocas horas, en minutos a veces, lo que pasa en el otro extremo de la tierra. Las noticias llegan a toda velocidad; radio, televisión, periódicos y revistas se encargan de difundir grandes y pequeños acontecimientos, dándoles cada cual su matiz de color predilecto. y nosotros estamos allí, hablando poco menos que con la pantalla del televisor o con la radio, dialogando con un diario o unas páginas impresas a color donde aparecen los personajes más afamados.



Sin embargo, sabemos poco y nada de lo que ocurre en el alma de nuestros amigos y familiares, no estamos muy seguros de lo que sentimos y pensamos nosotros mismos y, lo que es peor, nos cuesta mucho comunicarnos de verdad unos con otros.

La gente cree que ama y cree que piensa, pero no está muy convencida de la autenticidad de sus afectos ni de sus opiniones. La prueba está en la rapidez con que muchos cambian de opinión y de pareja... Los vínculos paternales y filiales se mantienen a veces por necesidad o por convencionalismo, pero falta verdadero cariño y la expresión natural de ese cariño. Faltan palabras y gestos espontáneos que indiquen la existencia de unos lazos afectivos.

Dejando de lado saludos y gruñidos convencionales, palabras prefabricadas para diversas circunstancias y alguna que otra discusión. 

Y en cambio poco cordial de expresiones, el contacto humano queda reducido a impulsos emocionales que van y vienen, aparecen y desaparecen con igual inestabilidad que esos impulsos. 

Las ideas sobre la vida y sus múltiples aspectos sociales, políticos, económicos, culturales, religiosos y tantos más, varían según modas oscilantes, y como nadie quiere ser señalado como "raro", se acopla a las modas, cambiando de parecer de acuerdo a como sopla el viento.

Tampoco podemos exponer con claridad y elocuencia nuestra forma de pensar, porque en realidad no pensamos, y lo poco que pensamos no forma parte de nosotros.

Así, permanecemos incomunicados en el mundo de la comunicación. Los medios de información nos esterilizan y en ellos empieza y acaba nuestra vida de relación. Las horas ocupadas muchas veces artificialmente, nos impiden disponer de unos momentos de tranquilidad e intercambio con quienes nos rodean.

Son tantas las veces que escuchamos palabras de amor en los personajes de pantalla, que ya no sentimos la necesidad de decirlas a quienes amamos. Además, la fuerza de la ficción vuelve ficticia nuestra posible y no manifestada expresión.

¿Qué pasa, pues?

Entre nosotros, veo dos problemas: falta de ideas y sentimientos -porque no se nos ha educado ni preparado para desarrollarlos- e imposibilidad de expresar lo que no tenemos o tenemos de manera muy vaga e indefinida.

Los fracasos de las ideologías en grande y en pequeño, los fracasos sentimentales de todos los días, son señales de alerta sobre la inestabilidad de sentimientos e ideas que no tienen base ni sólida conformación.

La falta de comunicación proviene de la inseguridad para decir o hacer aquello que no tenemos claro ni en nosotros ni en los demás.

Creo que se impone revalorizar el ámbito de los sentimientos y reconocerlos como positivos, concediendo a cada uno de ellos el papel que puede y debe jugar en nuestras vidas. Queda en nuestras manos controlar o evitar las emociones nefastas y potenciar las que son beneficiosas, y revalorizar asimismo la capacidad de pensar, de analizar, de escoger, de decidirse y tomar determinaciones actuando en consecuencia; sobre todo, aprender a razonar uno mismo sin dejarse influenciar por lo que es aceptado o no por las corrientes de opinión.

De allí a una correcta expresión, sólo queda un paso. Es imposible sentir de verdad y no manifestarlo, tanto como es imposible pensar sin actuar de manera acorde a esas ideas.
Al mundo de las comunicaciones hay que agregar la comunicación entre los hombres que sepan qué cosas comunicarse.

 

 

 
 
   
 
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